Henrik Johan Ibsen consiguió con algunas de sus obras hacer tambalear los valores de una sociedad que empezaba a experimentar cambios sociales y del pensamiento propios de finales del siglo XIX. Su producción teatral más controvertida corresponde a la llamada etapa critico-social, entre 1877 y 1882, con la que consiguió escandalizar al público y provocar polémica entre la burguesía conservadora de la época, convirtiéndose en uno de los dramaturgos modernos más influyentes de su tiempo. Estos días, en el teatro Valle Inclán de Madrid, bajo la dirección de Gerardo Vera se representa “un enemigo del pueblo”, donde se ensalza la lucha individual por defender la verdad frente a una mayoría que prefiere mirar hacia otro lado cuando sus intereses privados entran en conflicto con el bien público.
De esta manera, Ibsen nos presenta una sociedad corrompida donde prevalece la hipocresía por miedo a sucumbir ante un problema común que atañe a todos y al que hay que encontrar una solución antes de que sea demasiado tarde. Aún cuando esa verdad suponga el hundimiento de un pozo de beneficio, que en el fondo se sustenta en la mentira y cuya podredumbre acabará por liquidar a la misma sociedad que la sostiene.
El protagonista de la obra, Thomas Stockmann descubre que las aguas del balneario de la ciudad, sobre las que se asienta la prosperidad de toda la ciudad, están contaminadas. Un buen propósito, como la comunicación de dicho hecho no obtiene la respuesta esperada, cuando algunos de los beneficiarios ven en la búsqueda de una difícil solución un posible daño a sus intereses privados más inmediatos, como la perdida del empleo o la ruina.
La corrupción se asoma entonces como una problemática a la que todos podemos sucumbir si olvidamos que tapar un agujero o no afrontar “una verdad incómoda” supone condenarse a si mismo y al resto de la humanidad. Un tema que está totalmente vigente en nuestros días, y que no puede dejar indiferente a nadie que vea esta obra.
El pueblo se nos presenta como una masa fácil de influir, una mayoría que cegada por el interés privado o simplemente por el miedo a la incertidumbre opta por la vía más fácil. Stockmann pasa de ser “el salvador” a ser “un enemigo del pueblo”. El personaje representa una minoría dispuesta a dejarse la piel por decir la verdad, por encima de todo, con tal de defender sus principios. Las minorías se nos presentan aquí como algo necesario, algo a lo que hay que proteger, porque la diferencia de opinión supone admitir el estado democrático de quien está en su pleno derecho de defender sus ideas sin ser perseguido por ellas. Algo realmente moderno como pensamiento, en una sociedad donde se tiende cada vez más a la no pluralidad, a la eliminación u omisión de partidos políticos.
El hombre solitario se presenta aquí como el hombre más fuerte, el que debe seguir adelante asumiendo el precio de decir la verdad, y de sufrir así la marginación y la persecución. Para Ibsen, la mayoría haciendo uso del sufragio universal tiene el poder, pero no forzosamente la razón. Y es que ¿Cuántos dictadores o incompetentes han llegado al poder y llevado a la ruina a la sociedad aún cuando han sido elegidos por mayoría? Bush o Hitler tienen o tuvieron el poder, pero sin duda no tienen o tuvieron de su parte a la razón, la historia y el presente son la mejor prueba de ello.
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