lunes, 5 de septiembre de 2011

Tragedias laborales parte I:"Sí, señor. Creo que tengo un perfil comercial, de hecho creo que sería capaz de vender hasta a mi madre"

Miraba al entrevistador de reojo, intentando aparentar seriedad y aptitud para el puesto. Aquella era la décima entrevista en un mes, y esta vez no podía fallar. Su disfraz estaba cuidadosamente escogido y su papel ensayado. Era cuestión de saber mentir, y hacerlo bien, dejando de lado las cuestiones morales y los ideales. Aquello era un trabajo, y como su nombre indicaba daba dinero. Punto.

Aquella mañana los sueños se habían ido a pasear al Retiro, lejos de pragmatismos, suicidios y todo tipo de prostituciones emocionales. Lejos de aquel edificio y aquella oficina gris donde apenas se prestaban atención los unos a los otros. Era el momento de actuar, de mostrar sus dotes intachables de actriz, ahora o nunca.

"Aquí hay un hueco sin aclarar" – dijo de pronto el entrevistador, tras un largo silencio, tras escrutar cada detalle del curriculum, en busca de algún posible fallo, falta o antecedente dudoso. Se quitó las gafas y la miró acusativamente.
"¿Un hueco?" – Repitió Regina inquieta, estaba segura de haber revisado y falseado todas las fechas convenientemente, para no dejar hueco alguno en el que tenía que ser el curriculum vitae del año.

"¿Qué hizo usted los 6 últimos meses de 2005?, porqué algo haría usted, ¿no?, ¿Dónde estaba?"

De pronto, sintió que aquello más que una entrevista parecía un interrogatorio. Algo parecido a una serie yanqui de mala calidad, pero a la española. Antes de contestar Regina rememoró ese periodo de tiempo, logrando a su vez adoptar una expresión neutral. Aunque dentro de ella misma sonreía. Aquellos 6 meses los había pasado en Oporto, una ciudad de ensueño. Conoció a un chico portugués con el que había tenido un breve escarceo. Se quedó allí haciendo trabajillos varios, aunque nada realmente productivo a nivel profesional, por lo menos de cara a una entrevista de aquel tipo.
Estuve estudiando en Oporto… Portugués.

"¿Portugués? ¿Y para qué?"

Estaba claro que aquel tipo no estaba preparado para oír una respuesta romántica, así que se preparó para soltar un respuesta útil y a ser posible creíble.



"En aquel tiempo pensaba quedarme a vivir allí, un amigo mío tenía una empresa de exportación de vino español. Y me propuso trabajar en el departamento de marketing".
La palabra “marketing” siempre daba buenos resultados, así que a Regina no le sorprendió ver como se encendía en el rostro del entrevistador una llamarada de interés.

"¿Sabe usted marketing?, interesante". Nos interesaría contratar a una persona con un perfil altamente comercial. Capaz de convencer al cliente sobre las bondades de nuestro producto. Era obvio que “las bondades” a las que se refería estaban lejos de ser “buenas”. ¿Qué bondades podía ofrecer una aseguradora? Vivir de los miedos ajenos era rentable en aquellos días, y un negocio seguro. ¿Quién no tenía miedo?. Pánico es lo que empezaba a sentir ella ante la idea de trabajar 8 horas en un Call Center, intentando convencer a la humanidad sobre lo útil que resultaba pagar una cantidad de dinero mensual por sentirse más protegido contra incendios en el hogar, inesperadas enfermedades mortales, o contra atracos inesperados. Era la vida. Por lo general vivir provocaba la muerte, todo un descubrimiento. Pero debía olvidar ese discurso si quería conseguir aquel trabajo, o perdería de nuevo la oportunidad de ganar un dinero que le era necesario.

"Sí, señor. Creo que tengo un perfil comercial, de hecho creo que sería capaz de vender hasta a mi madre".

"¿Perdón?"

"Pues eso, que necesito trabajar. Llevo 6 meses buscando trabajo, y como usted comprenderá… necesito vivir."

Su expresión mostraba cierto desagrado ante la respuesta. Quizás tener un perfil altamente comercial no incluía vender a tu madre.
"Entiendo… pero como usted sabrá necesitamos a gente motivada, que crea fervientemente en nuestros productos, que sienta la necesidad de implicarse profundamente en nuestro proyecto".

Aquello era el colmo, ¿acaso la prostitución también requería hacer votos de fidelidad?

Regina no pudo resistirlo más.

"Mire usted, yo quiero creer en sus productos, pero no me exija abnegación absoluta. Para mí el trabajo es trabajo. Como trabajadora le garantizo que soy cumplidora, soy cuidadosa y responsable. Ante todo necesito trabajar. Pero obviamente mi vocación es otra. Lo mío es escribir".

El entrevistador levantó una ceja y mostró cierta preocupación ante aquella nueva respuesta. Aquello tampoco parecía haberle gustado.

"Entiendo… Pero como usted sabe buscamos a gente que quiera conocer en profundidad el mundo de los seguros, y sobre todo que tenga un compromiso absoluto con nuestra empresa".

Regina empezó a sentir como algo se revolvía en su interior, un sentimiento familiar, con el que había tenido que lidiar en otras entrevistas. Y tuvo la sensación que aquella conversación de besugos no podría durar mucho más tiempo.

"Yo tengo compromiso con ustedes, siempre y cuando las condiciones laborales sean dignas y me ofrezcan un sueldo digno que me permita llegar a final de mes. Pero insisto, no puedo jurarles fidelidad eterna. Tengo una formación, aspiraciones y expectativas".

Algo dentro de ella la impulsaba a exponer sus razones de manera clara y sincera, usando un lenguaje que para ella era natural. Un lenguaje que destilaba verdad por todos los resquicios de su estructura gramatical y contundencia sonora.

"Entiendo, entiendo… "- volvió a repetir el entrevistador, con cara de realmente no estar entendiendo nada.


(Extracto de mi novela inédita "Viaje hacia alguna parte").

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