Original y atrevida, provocadora e incisiva. Estos son los adjetivos que caracterizan a la autora belga Amélie Nothomb, capaz de transmitir la soledad y al mismo tiempo la riqueza perceptiva de alguien que a lo largo de su vida ha tenido que enfrentarse al desarraigo que supone llevar una vida nómada desde la infancia.
Un privilegio y al mismo tiempo un obstáculo para ubicarse mentalmente en un lugar del mapa, lo que la llevaría a describirse a sí misma como “una exiliada” sin nacionalidad. Estas circunstancias personales marcarían definitivamente sus preocupaciones vitales y su carácter solitario que la llevarían a volcarse en la escritura como una manera de exorcizar sus propios fantasmas y al mismo tiempo compartir con sus lectores un mundo interior extremadamente rico e imaginativo.
Nacida en Kobe (Japón) en 1967 tuvo una infancia donde ya empezaba a vislumbrarse su precocidad, que más tarde sería retratada en su libro “la metafísica de los tubos”, en el que plasma sus impresiones del mundo cuando apenas contaba con 3 años. La memoria es uno de los puntos fuertes de esta escritora, que supo captar la fragilidad y lo efímero de las cosas ya desde tan tierna edad, acostumbrada a viajar y a cambiar constantemente de país y de ambiente, debido a la profesión de su padre, que era un prestigioso escritor y embajador belga destinado al principio a Japón.
Amélie descubrió en Japón que la omnipotencia infantil, casi divina, sólo dura unos años y que las cosas, las situaciones y las personas son perecederas. Este sentimiento la llevó a desarrollar un fuerte instinto para valorar el presente y las experiencias felices de su entorno más inmediato. En su trasiego junto a su familia por China, Nueva York, Birmania y Bangladesh llegó por primera vez a Bélgica con 17 años, donde experimentó el impacto de encontrarse con una cultura occidental para la que no estaba preparada y un mundo que le resultaba totalmente ajeno. Estudiante de filología greco-latina y romana en ‘l’Université libre de Bruxelles’ se aisló y se sumergió en un mundo propio que le llevó a escribir sus primeras novelas.
Fue en 1992 cuando tuvo la primera oportunidad de mostrar al mundo su dominio del lenguaje y la originalidad de sus ideas con la publicación de “la higiene del asesino”, con el que cosechó un gran éxito de crítica y de ventas, y consiguió hacer de la escritura su medio definitivo de subsistencia con apenas 25 años. A través del discurso de los personajes principales se establece un duelo entre ellos que desemboca en un desenlace sorprendente y audaz.
La cultura japonesa es también un tema recurrente que aparece en algunas de sus novelas, en parte autobiográficas y en parte ficticias. Su experiencia en este país la marcó de por vida, y ha guardado en ese sentido un recuerdo feliz asociado a la infancia, así como un recuerdo algo más desagradable, procedente de su primera experiencia laboral allí. De esta manera, Amélie se muestra por un lado amante de la cultura asiática y al mismo tiempo adopta una postura crítica con respecto a una serie de valores de armonía y equilibrio que los japoneses valoran en la teoría, pero que no saben ejercer en la práctica en lo referente al mundo burocrático y de la comunicación en general. Dicha experiencia personal aparece publicada en “estupor y temblores”, con la que volvió a triunfar entre sus seguidores.
Un privilegio y al mismo tiempo un obstáculo para ubicarse mentalmente en un lugar del mapa, lo que la llevaría a describirse a sí misma como “una exiliada” sin nacionalidad. Estas circunstancias personales marcarían definitivamente sus preocupaciones vitales y su carácter solitario que la llevarían a volcarse en la escritura como una manera de exorcizar sus propios fantasmas y al mismo tiempo compartir con sus lectores un mundo interior extremadamente rico e imaginativo.
Nacida en Kobe (Japón) en 1967 tuvo una infancia donde ya empezaba a vislumbrarse su precocidad, que más tarde sería retratada en su libro “la metafísica de los tubos”, en el que plasma sus impresiones del mundo cuando apenas contaba con 3 años. La memoria es uno de los puntos fuertes de esta escritora, que supo captar la fragilidad y lo efímero de las cosas ya desde tan tierna edad, acostumbrada a viajar y a cambiar constantemente de país y de ambiente, debido a la profesión de su padre, que era un prestigioso escritor y embajador belga destinado al principio a Japón.
Amélie descubrió en Japón que la omnipotencia infantil, casi divina, sólo dura unos años y que las cosas, las situaciones y las personas son perecederas. Este sentimiento la llevó a desarrollar un fuerte instinto para valorar el presente y las experiencias felices de su entorno más inmediato. En su trasiego junto a su familia por China, Nueva York, Birmania y Bangladesh llegó por primera vez a Bélgica con 17 años, donde experimentó el impacto de encontrarse con una cultura occidental para la que no estaba preparada y un mundo que le resultaba totalmente ajeno. Estudiante de filología greco-latina y romana en ‘l’Université libre de Bruxelles’ se aisló y se sumergió en un mundo propio que le llevó a escribir sus primeras novelas.
Fue en 1992 cuando tuvo la primera oportunidad de mostrar al mundo su dominio del lenguaje y la originalidad de sus ideas con la publicación de “la higiene del asesino”, con el que cosechó un gran éxito de crítica y de ventas, y consiguió hacer de la escritura su medio definitivo de subsistencia con apenas 25 años. A través del discurso de los personajes principales se establece un duelo entre ellos que desemboca en un desenlace sorprendente y audaz.
La cultura japonesa es también un tema recurrente que aparece en algunas de sus novelas, en parte autobiográficas y en parte ficticias. Su experiencia en este país la marcó de por vida, y ha guardado en ese sentido un recuerdo feliz asociado a la infancia, así como un recuerdo algo más desagradable, procedente de su primera experiencia laboral allí. De esta manera, Amélie se muestra por un lado amante de la cultura asiática y al mismo tiempo adopta una postura crítica con respecto a una serie de valores de armonía y equilibrio que los japoneses valoran en la teoría, pero que no saben ejercer en la práctica en lo referente al mundo burocrático y de la comunicación en general. Dicha experiencia personal aparece publicada en “estupor y temblores”, con la que volvió a triunfar entre sus seguidores.
Os recomiendo leer tanto “la metafísica de los tubos” como “estupor y temblores”, que me sorprendieron tanto en lo referente a la estructura narrativa como en lo que respecta a la historia en si misma, cuyo surrealismo es tal que en ocasiones impresiona saber que el relato está basado en las experiencias personales y vitales de esta escritora, en continua interacción sensorial con el mundo que la rodea, y dotada de una capacidad innata para manejar de forma muy hábil el lenguaje.
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