viernes, 26 de febrero de 2010

En busca de la dignidad, por encima de la barbarie

Las múltiples miradas del horror nos hablan en la película “la ciudad de vida y muerte”, del director Lu Chuan, ganadora de la Concha de Oro a la mejor película, en el Festival de San Sebastian de 2009.

Miradas de dolor, alucinación, odio y pesadumbre. La narración recrea el drama humano vivido durante la batalla de Nankín, en la que alrededor de 300.000 chinos acorralados encontraron la muerte, a manos del ejército japonés en el invierno de 1937.

La película, que se estrena en nuestro país el próximo 12 de marzo, retoma un tema controvertido y delicado, que sigue provocando polémica en relación a las atrocidades perpetradas por el ejército japonés, que cometió crímenes de guerra, torturas, violaciones y fusilamientos sistemáticos de la población, durante el asedio a la ciudad de Nankín.
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Lu Chuan abandona la polémica de las estadísticas y otorga una identidad a las chinos que se enfrentaron al horror, desde la dignidad. Unos personajes que luchan por mantenerse fieles a sus valores, y que buscan sobrevivir conservando su integridad ante lo inconcebible. En ese sentido, la cámara es capaz de desarrollar un lenguaje propio y desafiante, sin necesidad de recurrir a las palabras.

La narración nos sitúa en un escenario desolador, donde contrasta la crueldad y el sadismo del ejército japonés, y su capacidad para evadirse y festejar la vida en medio del horror. Las tradiciones japonesas nos muestran un punto de vista primitivo y tribal de la guerra. En un contexto donde la vida de pronto no vale nada para unos, y donde por el contrario, adquiere una dimensión fundamental para otros.

Un viaje a los infiernos que encuentra eco en ambos bandos, por un lado a través de los ojos de un soldado japonés, que cumple con las obligaciones de la guerra desde la incomprensión de los actos de barbarie que se cometen. Por otro lado, desde los ojos de quienes piensan en sobrevivir, pero no a costa de perder la cordura como seres humanos.

A pesar de la violencia y la devastación, el director deja lugar para la esperanza y el amor a la vida. El sonido de una carcajada infantil final se materializa por encima del drama. La esperanza de quienes consiguen sobrevivir a la aniquilación, mediante la integridad, y de quienes a través de actos redentores regalan la vida y la libertad.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Amnesia lúcida

Entre sueños recordé que había olvidado. Las imágenes del pasado se hicieron nítidas y recobraron la intensidad perdida. Y entonces desperté.
El recuerdo de los sentimientos de antaño persistió unos segundos más, debatiéndose entre las tinieblas de la noche. Me revolví en la cama y dí un par de vueltas más, embargada por una tristeza súbita y somnolienta.
Es curioso. El tiempo borra las huellas de quienes en su día fueron el centro de las cosas y los causantes de sentimientos profundos y verdaderos. El olvido, un hábil mecanismo de defensa. Una estratagema urdida entre las bambalinas del dolor. Y sin embargo, aquellas personas a las que más quisimos, o creímos querer en su día, nos dejaron una impronta que hicieron de nosotros lo que somos hoy. El dolor y la felicidad a menudo se dan la mano.
Los años de plenitud compartidos junto a alguien nos dejan pequeñas cosas que entran a formar parte de nuestra identidad. Aunque permanezcan agazapadas en medio de la noche y nos sobresalten de madrugada. Aparecen siguiendo el rastro del café humeante de media tarde, detrás de una canción que hace tiempo que no escuchabas, o incluso en la lectura de alguna palabra escondida en las esquinas de la ciudad o impresa en las páginas de algún libro. Una sola palabra, capaz de marcar el principio y el fin de algo: Metamorfosis.

martes, 16 de febrero de 2010

Fascinación Express

Mientras escuchaba, jugaba coquetamente con uno de sus mechones castaños. Al hablar dejaba entrever sus dientes blancos, acariciados por unos labios carnosos y rosados. Las pestañas parecían respiraciones cadenciosas, y se arqueaban con cada sonrisa. Dos arruguitas debajo de los ojos mostraban complacencia y ganas de disfrutar la vida. El brillo de sus ojos no dejaba lugar para el engaño, estaba interesada en la conversación y concentrada en mi manera de percibir las cosas.

Por mi parte, sentía de pronto que el mundo se reclinaba sobre nosotros, y que la sintonía y el ritmo de nuestras realidades se acoplaban a la perfección, en ese espacio reducido y a la vez grandioso en el que se había convertido aquella cafetería desvencijada de barrio. Sentía fascinación por descubrir que historias nuevas se desplegarían de par en par, como las páginas de un libro virgen, recién sacado de la imprenta.

A veces dejaba las manos en reposo sobre la mesa, otras se escapaban en busca de respuestas, más allá de las fronteras establecidas por el azucarero y mi taza de café, situada al otro extremo de la mesa.
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Mientras tanto, la música de fondo se hacía complice de nuestra melodía, impregnada por una química que fluía en un vaivén sin freno. Parecía que todos los elementos a nuestro alrededor estuvieran confabulados y hubieran empezado a levitar, contagiados por el efecto de las feromonas.

Sí, sin duda aquella tarde estaba resultando memorable. Simplemente por el hecho de haber conocido a alguien al azar y comprobar, que determinadas personas nos hacen sentir, de vez en cuando, extraordinariamente vivos.

martes, 9 de febrero de 2010

Ojos llenos de estrellas

Recorría el desierto, mecido por la ondulación de las dunas y el viento. La tierra en los ojos le impedía ver el atardecer. Sin embargo, intuía la oscuridad que se cerniría sobre él de un momento a otro. No recordaba quien era y que hacía allí. O quizás, sí. Un alma en pena que huía.

El desierto es como el mar - pensó - Cuando te ves inmerso en sus olas de arena, los únicos guías plausibles son la luna, el sol y las estrellas. Pero él, lejos de ser aficionado a la astronomía se limitaría a levantar la vista para observar aquel espectáculo de vida y luz, sin ninguna intención de descifrarlo, más bien con la idea de admirarlo embelesado.

A veces, el significado estropeaba la estética de las cosas, él lo sabía bien. No le quedaba mucha agua, aunque tampoco le importaba demasiado. Si había que morir, aquel era el lugar adecuado, lejos del ruido y la corrupción vital.

Se tumbó en el suelo boca arriba, a la vez que intentaba capturar los últimos segundos de luz. De pronto, el manto de estrellas se hizo visible y le recubrió por completo.

Ya no había mucho más que decir o hacer, tan sólo dejarse envolver por el frío y morir con los ojos llenos de estrellas.
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