viernes, 13 de abril de 2007

Una mariposa en Londres

Tras 12 horas de retraso aéreo y con los sentidos dormidos, mi primera visión de Londres es nocturna. La ciudad aparece ante mí tal y como siempre la había imaginado, una ciudad rica y cosmopolita que desprende un dinamismo incesante, incluso a las dos de la madrugada. Un lugar donde predomina el mestizaje sin llegar a representar del todo el espíritu europeo. El valor de la moneda es lo primero en marcar las distancias, ya que viajar y vivir en Londres resulta desorbitado. El taxi que me veo obligada a coger tras llegar desde Luton en autobús me cuesta nada menos que 44 pounds, prácticamente lo que me ha costado el billete de avión, pero el viaje vale la pena. Mis ojos se abren de par en par y rastrean las calles que hasta entonces sólo existían en mi imaginario literario y cinematográfico.

Los días siguientes se convierten en un continuo descubrimiento donde intento saborear, oler e impregnarme de una cultura nueva y un ritmo de vida más próximo a Estados Unidos que a Europa. La lengua dominante es el inglés, y las señalizaciones tanto en los museos, en la calle o en el aeropuerto son exclusivamente en inglés. El esfuerzo de los ingleses por hablar otro idioma es mínimo o nulo, algo que en parte me resulta comprensible debido a la hegemonía internacional del inglés en el ámbito económico y comercial, pero que desde mi punto de vista se aleja de mi concepto personal de lo que representa hoy en día ser un ciudadano europeo. Mi gran suerte es conocer a Karen, una buena amiga inglesa que tuve la oportunidad de conocer en Italia y que contradice el prototipo inglés serio, distante y monolingüe que algunos pueden tener de los ingleses. Conocedora de 4 idiomas, vital y sensible, alegre y con sentido del humor Karen hace que mi viaje sea una experiencia donde las costumbres y los detalles no pasan inadvertidos. Durante cuatro días Karen me ofrece su cariño y hospitalidad, además de su compañía en una ciudad donde el ritmo es trepidante.

Visitamos los museos más emblemáticos, como The Nacional Gallery, allí tuve la oportunidad de ver pinturas de Turner y descubrir las obras de un pintor inglés que hasta entonces me era desconocido: Thomas Gainsborough. También allí encuentro a viejos conocidos: Rubens, Velázquez, Boticelli, Renoir... y tantos otros. Pintores todos ellos de épocas muy diferentes, pero cuyos cuadros siempre te dejan atrapado. The Modern Tate y The British Museum también hicieron parte de mi itinerario, aunque la visita resultó fugaz, al carecer del tiempo necesario. El sol y los atardeceres esplendidos nos acompañaron durante esos días, algo imprevisible y que rompió totalmente mis esquemas. Visitamos parques míticos, el Parlamento, la catedral de Sant Paul, recorrimos Oxford Street y nos perdimos en Greenwich por unas horas. En tiempo record conseguí patearme la ciudad, atraversar todos los puentes, cruzar fronteras mentales idiomáticas y superar malentendidos, relacionarme con ingleses y no ingleses... Y es entonces cuando recordé que la mejor cura es viajar a través del tiempo y el espacio, más allá de las barreras mentales o físicas que nos separan. De pronto cambio de piel y por unos días me siento distinta, como una crisálida que se convierte en una mariposa.

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