jueves, 19 de abril de 2007

El corazón de Europa es de chocolate

La segunda parte de mi viaje me llevó hasta el corazón de Europa: Bruselas. Una ciudad donde la pluralidad lingüística supone un atractivo y al mismo tiempo un fuerte contraste con respecto a Londres. Considerada como una ciudad de paso, los habitantes de Bruselas proceden de todas las partes de Europa y usan indistintamente a diario al menos dos o tres idiomas. De aspecto institucional, los edificios en Bruselas resultan imponentes y todo un símbolo de la construcción económica y social europea. De esta manera, los dos puntos referenciales por antonomasia son el Parlamento y el Palacio de Justicia, este último se divisa desde prácticamente cualquier punto de la ciudad. Asimismo, también hay otros edificios y monumentos que son de un valor arquitectónico e histórico imprescindible, sobre todo “La grande place”, un auténtico espectáculo visual resultante de la mezcla del gótico, el barroco y el renacimiento. La plaza, considerada como el centro neurálgico de la ciudad, donde se condensa el mayor número de turistas, es un símbolo del gremio de artesanos y comerciantes que surgieron en torno a ella durante la edad media. De hecho, hoy en día aún se pueden encontrar símbolos en los edificios que representan un determinado tipo de corporación comercial. En esta plaza mayor, destruida en diversas ocasiones, el edificio más antiguo es el ayuntamiento, que data de 1455. El resto ha sido reconstruido sucesivamente a lo largo de su historia.


En el museo municipal de la ciudad se pueden encontrar también los trajes hechos a medida de uno de los personajes más populares y excéntricos de la ciudad, el Manneken Pis (que significa en flamenco: niño que orina), una estuilla de bronce de unos 50 centimetros que simboliza el espíritu travieso y transgresor de la ciudad. Una vez a la semana (no lo recuerdo con exactitud) le visten con un traje, en mi caso tuve la oportunidad de verle desnudo y también vestido con una traje de submarinista, lo que resultaba realmente cómico. Hace unos años, fruto de las protestas feministas surgió su réplica en femenino, Jeanneken pis, mucho menos conocida que el anterior.

Pero sin duda alguna, lo mejor de esta ciudad son sus calles, inundadas por un olor de chocolate que alimenta los sentidos. Las chocolaterías son escaparates que se prolongan de manera interminable a lo largo y ancho de la ciudad. Hablar de competencia real entre los comerciantes resultaría absurdo, puesto que la gran variedad y la originalidad de los puestos hacen que entres en las tiendas y no puedas evitar caer en la tentación de probar y sumergirte en el placer orgásmico que supone degustar bombones y dulces, de texturas, colores y formas diferentes. El maestro chocolatero por excelencia vive en esta ciudad, Pierre Marcolini, que ha hecho del chocolate un auténtico arte culinario y visual.

Gracias a mi guía particular, mi amiga Julie, que actualmente vive y trabaja en Bruselas, conocí el local “l’ultime atome”, un restaurante-pub frecuentado asiduamente por la famosa escritora belga Amélie Nothomb. El nombre del local es un juego de palabras. En francés significa “el último átomo”, que hace referencia a otro monumento de la ciudad “l’atomium” (estructura metálica que representa 9 átomos aumentados 150 billones de veces) pero que también significa “el ultimátum”. Julie fue una excelente anfitriona y tuvimos la oportunidad de ponernos al día. Eso es lo bueno de nuestra amistad, que ya perdura desde hace casi 10 años y se revitaliza cada vez que nos encontramos, por mucho tiempo que haya pasado. Ella también tiene un corazón de chocolate.

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