viernes, 29 de octubre de 2010

Cuando Ulises se subió al escenario

Entre semana y semana empecé a medir las distancias emocionales de lo recordado en tiempo, no en kilómetros. Una distancia que se medía por fases y que se prolongaba entre dos puntos opuestos. Había pasado de la alegría y la confusión inicial del reencuentro, a la sensación de no haber salido nunca del hogar. Fue así como los amigos circunstanciales de antaño acabaron por transformarse poco a poco en personajes de teatro.

Delante de mi se levantó el telón y pude ver un escenario lleno de rostros conocidos. Allí estaba el turco Memet y su habilidad para venderme una bicicleta, tres sartenes y una cacerola en medio de la calle. También estaba allí ´el fumeta´ albino que me observaba con mirada soñadora, mientras me narraba sus planes de ir algún día a la India. A su vez, un amigo escocés me tendió la mano, para subir al escenario con él y recorrer un bosque frondoso, según él plagado de serpientes. Entre bambalinas me perdí y encontré el decorado de un castillo en ruinas y una ruta por carretera siguiendo la línea azul del cielo hasta la costa. Mientra tanto, en las cortinas del telón apareció una letra ´eñe´ que se balanceaba perdida, incapaz de encontrar el teclado adecuado.



Muchas historias se habían quedado sin narrar, muchos personajes pertenecían ahora a otra realidad paralela. Pero lo más importante estaba todavía en la memoria. Ésa que nos permite retroceder en el tiempo y rescatar algunos momentos felices, capaces de hacernos sonreír de nuevo en los momentos difíciles. Tranquila en el hogar, por fin, junto a 'Penélope'. Aunque quizás alguna vez volviese a abandonarla, para navegar de nuevo a bordo de un velero, hacia un escenario lleno de nuevos personajes. Llegado el caso, me llevaría conmigo a la letra ´eñe´ bien amarrada, esta vez en forma de ancla.

jueves, 24 de junio de 2010

Cosas que hacer en MANCHESTER cada día:

- Levantarse y saber que cada día será diferente
- un té con leche y otro, y otro, y otro más..
- Comprar un tiket de teatro en inglés y no entender nada sobre la obra
- Escribir un sms a un desconocido y convertirlo en parte de tu familia humana
- Bailar salsa con un paquistaní, un británico y un holandés en el club Copa Cabana
- Salir a buscar trabajo y acabar borracha en un bar con un inglés
- Ver el partido de futbol Inglaterra-Eslovenia en una pantalla gigante, descalza y sentada en una playa artificial de arena
- Perseguir a chinos en China Town para escribir un artículo
- Recibir una declaración de amor de un desconocido en la calle
- Ir con un cirujano plástico inglés al museo de la industria en Manchester
- Colarse en un Media Launch en el último minuto y comer canapés como una loca
- Comer pollo en una barbacoa mientras hablas 'spanglish' y haces amigos
- Correr y tirarse entre las flores de un parque, como Alicia en el País de las maravillas
- Pintar un cuadro en Castlefield mientras hablas con un vagabundo mancuniano sobre como construir puentes seguros
- Descubrir un mural de colores en la ruta de los puentes de Manchester
- Recibir el cariño y la generosidad inesperada de alguien
- Aceptar ser la novia de alguien solo por diez días

Todo esto te puede pasar cada día, y mucho más..!

jueves, 27 de mayo de 2010

Perdida en los tiempos verbales

Aquella mañana el futuro se había ido de paseo y me había dejado compuesta y sin tiempo verbal. Estaba siendo testigo de una tragedia conjugacional. Mis frases eran llanas y directas, limitadas por un presente poco atractivo. No poder expresarse en futuro en inglés era sintomático de algo. La línea del tiempo estaba amputada. La incapacidad para expresar deseos era el equivalente de vivir suspendida en el tiempo.

Me quedé petrificada delante de mi desayuno, consciente de que no envejecería al menos hasta recuperar el dominio de los tiempos. “Quiero, deseo y anhelo” conjugados en presente eran la única manera de seguir soñando. Pensar en presente me forzaba a tener que actuar, sin espacio para planear complicados caminos, estrategias o complots. Me levanté corriendo sin saber donde iba, esclava de un presente que no concedía treguas. Recorrí todas las calles dejando que mis pies pisotearan el asfalto mancuniano.


Las caras bajo el sol eran ya conocidas, los barrios despedían un olor familiar y la plaza de Piccadilly Gardens seguía siendo una cuna de rumores con acento inglés. Bajé, subí, reí, anduve y caí. Y al llegar la tarde, de regreso al hogar, supe que había conseguido pasar un día más sin pensar en el futuro. Aunque algún día regresaría de nuevo sin avisar y se enredaría a mi lengua.

martes, 18 de mayo de 2010

Receta de supervivencia en Nottingham


Mezclar un poco de vino y queso, espolvoreado con unos cuantos rayos de sol. Una cucharada sopera de conversación sincera y cercana. Añadir un pedazo de cielo azul y un par de nubes blancas montadas a punto de nieve. Después removerlo todo con cariño, antes de introducirlo en el horno de la memoria, a ser posible durante el tiempo suficiente para que cuaje. Bendita receta de supervivencia…


Hay parques ingleses donde es posible cocinarte menús a medida. Si te tumbas en la hierba mientras conversas, puedes oír simultáneamente el susurro de las hojas sacudidas por el viento. Una melodía que tan sólo puede escucharse los días de sol y en buena compañía. Es cuestión de mezclar los ingredientes sin miedo y paladear el vino, cuyo sabor se verá potenciado por las circunstancias. Dejando que los rayos de sol se cuelen por los poros de tu piel.


Al atardecer, la hierba quedará adherida a tu vestimenta durante horas, como perejil al manjar más suculento, delatando donde y con quien estuviste. Se trata de un ritual sencillo, casi banal. Pero capaz de alimentar deseos y esperanzas, al menos por una tarde. Hasta que la última brizna de hierba desaparezca de tu chaqueta. Entonces será necesario volver a cocinar una nueva receta para supervivientes.

domingo, 11 de abril de 2010

Curiosidad extraterrestre

La diferencia. En aquella ciudad todo el mundo quería ser diferente. Allí los clones no eran bien recibidos. Los uniformes de chaqueta gris, propios de cualquier ciudad, habían desaparecido. Los grupos de jóvenes se caracterizaban por su “no homogeneidad”. Las llamadas “tribus urbanas” se componían aquí de individualistas, y cada cual vestía a su manera, marcando su propio estilo. Parecía incluso que el objetivo fundamental en aquella ciudad era vestir lo más extravagante posible, con el fin de revindicar una identidad propia, por encima del miedo al ridículo. Allí el adjetivo “hortera” no tenía cabida en su diccionario. Hiciera frío, calor o nevase, lo importante era ir vestido acorde con el estado de ánimo. O quizás acorde con el disfraz que cada uno quería adoptar ese día. Al subir al autobús me crucé con un hombre rapado que tenía la cara totalmente tatuada. Esta vez, apenas tuve tiempo de sorprenderme. Mis ojos no tardaron en olvidar la última excentricidad al toparse con una nueva. Una mujer con un bolso de leopardo y un moño enroscado al estilo de los años 60. Llevaba una camiseta de lentejuelas y unas mallas muy apretadas que marcaban unas enormes posaderas. Ser invisible en aquella ciudad era extremadamente fácil, si no conseguías definir tu propio estilo. Al bajar del autobús caminé por las aceras de la ciudad con un aire aparentemente perdido, pero en realidad inmerso en un estado de permanente curiosidad. Las luces, los letreros y la arquitectura me sumergían en otro universo. Me paré delante de un escaparate que me devolvió un reflejo desvanecido de mi misma. Definitivamente, estaba en otro planeta.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Lolitas

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Sus voces se elevaban por encima de las demás, con una despreocupación inocente y jovial propia de la adolescencia. Aquella tarde, en aquel vagón de metro, la conversación de la que estaba siendo testigo me provocaba desconcierto, al advertir el uso de un lenguaje diferente. No usaban palabras en otro idioma, ni tenían un acento incomprensible. Simplemente manejaban una jerga propia, procedente de su contacto con una realidad marcada inevitablemente por su relación con las nuevas tecnologías.

Sacaban los móviles para fotografiarse en el metro y acto seguido subir las imágenes a “Tuenti”. A su vez, una de ellas se dedicó a poner la última canción de una tal “Hanna Montana” a través del móvil, queriendo compartir en vivo con el resto del pasaje su recién adquirido dominio del inglés. Su actitud infantil contrastaba con su aspecto.

Todas ellas vestían mini-faldas y zapatos de tacón alto, lo que me provocaba dolor ajeno en los talones. Llevaban el rostro excesivamente maquillado, como queriendo aparentar inútilmente una mayoría de edad, que obviamente, no tenían. Unas pinturas de guerra que quizás les servirían aquella noche para cruzar el umbral de algún garito o discoteca de moda, sin necesidad de mostrar el carnet.

Por la conversación pude intuir que se dirigían primero a algún parque, para empezar a pillar “el primer pedo” con alguna mezcla exótica de bebidas.
De pronto pensé que mi mirada prejuiciosa decía más de mí que de ellas. La existencia por mi parte de un sentimiento de incomprensión, o quizás de una vejez prematura. Después de todo, aquella era una lección sobre las diferentes tipologías de la fauna humana, según la época y la edad. Sentada en aquel vagón de metro me sentí de pronto extraña y mayor, ajena a la realidad de aquellas nuevas Lolitas del 2010. Aunque, casi seguro, ignorasen quien era Nabokov.

viernes, 26 de febrero de 2010

En busca de la dignidad, por encima de la barbarie

Las múltiples miradas del horror nos hablan en la película “la ciudad de vida y muerte”, del director Lu Chuan, ganadora de la Concha de Oro a la mejor película, en el Festival de San Sebastian de 2009.

Miradas de dolor, alucinación, odio y pesadumbre. La narración recrea el drama humano vivido durante la batalla de Nankín, en la que alrededor de 300.000 chinos acorralados encontraron la muerte, a manos del ejército japonés en el invierno de 1937.

La película, que se estrena en nuestro país el próximo 12 de marzo, retoma un tema controvertido y delicado, que sigue provocando polémica en relación a las atrocidades perpetradas por el ejército japonés, que cometió crímenes de guerra, torturas, violaciones y fusilamientos sistemáticos de la población, durante el asedio a la ciudad de Nankín.
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Lu Chuan abandona la polémica de las estadísticas y otorga una identidad a las chinos que se enfrentaron al horror, desde la dignidad. Unos personajes que luchan por mantenerse fieles a sus valores, y que buscan sobrevivir conservando su integridad ante lo inconcebible. En ese sentido, la cámara es capaz de desarrollar un lenguaje propio y desafiante, sin necesidad de recurrir a las palabras.

La narración nos sitúa en un escenario desolador, donde contrasta la crueldad y el sadismo del ejército japonés, y su capacidad para evadirse y festejar la vida en medio del horror. Las tradiciones japonesas nos muestran un punto de vista primitivo y tribal de la guerra. En un contexto donde la vida de pronto no vale nada para unos, y donde por el contrario, adquiere una dimensión fundamental para otros.

Un viaje a los infiernos que encuentra eco en ambos bandos, por un lado a través de los ojos de un soldado japonés, que cumple con las obligaciones de la guerra desde la incomprensión de los actos de barbarie que se cometen. Por otro lado, desde los ojos de quienes piensan en sobrevivir, pero no a costa de perder la cordura como seres humanos.

A pesar de la violencia y la devastación, el director deja lugar para la esperanza y el amor a la vida. El sonido de una carcajada infantil final se materializa por encima del drama. La esperanza de quienes consiguen sobrevivir a la aniquilación, mediante la integridad, y de quienes a través de actos redentores regalan la vida y la libertad.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Amnesia lúcida

Entre sueños recordé que había olvidado. Las imágenes del pasado se hicieron nítidas y recobraron la intensidad perdida. Y entonces desperté.
El recuerdo de los sentimientos de antaño persistió unos segundos más, debatiéndose entre las tinieblas de la noche. Me revolví en la cama y dí un par de vueltas más, embargada por una tristeza súbita y somnolienta.
Es curioso. El tiempo borra las huellas de quienes en su día fueron el centro de las cosas y los causantes de sentimientos profundos y verdaderos. El olvido, un hábil mecanismo de defensa. Una estratagema urdida entre las bambalinas del dolor. Y sin embargo, aquellas personas a las que más quisimos, o creímos querer en su día, nos dejaron una impronta que hicieron de nosotros lo que somos hoy. El dolor y la felicidad a menudo se dan la mano.
Los años de plenitud compartidos junto a alguien nos dejan pequeñas cosas que entran a formar parte de nuestra identidad. Aunque permanezcan agazapadas en medio de la noche y nos sobresalten de madrugada. Aparecen siguiendo el rastro del café humeante de media tarde, detrás de una canción que hace tiempo que no escuchabas, o incluso en la lectura de alguna palabra escondida en las esquinas de la ciudad o impresa en las páginas de algún libro. Una sola palabra, capaz de marcar el principio y el fin de algo: Metamorfosis.

martes, 16 de febrero de 2010

Fascinación Express

Mientras escuchaba, jugaba coquetamente con uno de sus mechones castaños. Al hablar dejaba entrever sus dientes blancos, acariciados por unos labios carnosos y rosados. Las pestañas parecían respiraciones cadenciosas, y se arqueaban con cada sonrisa. Dos arruguitas debajo de los ojos mostraban complacencia y ganas de disfrutar la vida. El brillo de sus ojos no dejaba lugar para el engaño, estaba interesada en la conversación y concentrada en mi manera de percibir las cosas.

Por mi parte, sentía de pronto que el mundo se reclinaba sobre nosotros, y que la sintonía y el ritmo de nuestras realidades se acoplaban a la perfección, en ese espacio reducido y a la vez grandioso en el que se había convertido aquella cafetería desvencijada de barrio. Sentía fascinación por descubrir que historias nuevas se desplegarían de par en par, como las páginas de un libro virgen, recién sacado de la imprenta.

A veces dejaba las manos en reposo sobre la mesa, otras se escapaban en busca de respuestas, más allá de las fronteras establecidas por el azucarero y mi taza de café, situada al otro extremo de la mesa.
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Mientras tanto, la música de fondo se hacía complice de nuestra melodía, impregnada por una química que fluía en un vaivén sin freno. Parecía que todos los elementos a nuestro alrededor estuvieran confabulados y hubieran empezado a levitar, contagiados por el efecto de las feromonas.

Sí, sin duda aquella tarde estaba resultando memorable. Simplemente por el hecho de haber conocido a alguien al azar y comprobar, que determinadas personas nos hacen sentir, de vez en cuando, extraordinariamente vivos.

martes, 9 de febrero de 2010

Ojos llenos de estrellas

Recorría el desierto, mecido por la ondulación de las dunas y el viento. La tierra en los ojos le impedía ver el atardecer. Sin embargo, intuía la oscuridad que se cerniría sobre él de un momento a otro. No recordaba quien era y que hacía allí. O quizás, sí. Un alma en pena que huía.

El desierto es como el mar - pensó - Cuando te ves inmerso en sus olas de arena, los únicos guías plausibles son la luna, el sol y las estrellas. Pero él, lejos de ser aficionado a la astronomía se limitaría a levantar la vista para observar aquel espectáculo de vida y luz, sin ninguna intención de descifrarlo, más bien con la idea de admirarlo embelesado.

A veces, el significado estropeaba la estética de las cosas, él lo sabía bien. No le quedaba mucha agua, aunque tampoco le importaba demasiado. Si había que morir, aquel era el lugar adecuado, lejos del ruido y la corrupción vital.

Se tumbó en el suelo boca arriba, a la vez que intentaba capturar los últimos segundos de luz. De pronto, el manto de estrellas se hizo visible y le recubrió por completo.

Ya no había mucho más que decir o hacer, tan sólo dejarse envolver por el frío y morir con los ojos llenos de estrellas.
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miércoles, 6 de enero de 2010

Cruce de Mundos Interiores en “La elegancia del erizo”

Tres mundos interiores unidos por la inteligencia y la curiosidad. Escondidos tras las puertas de una banalidad aparente… Un buen día se topan inesperadamente tres personajes en el rellano de la escalera.

Ese lugar de paso que son los portales podrían simbolizar “la puerta de entrada comun” a mundos escondidos, que para la mayoría de los mortales pasan desapercibidos.

No es casual. Los mundos ocultos acaban por reconocerse entre si. Y las señales sólo son reconocibles para quienes aspiran a algo más que a la supervivencia. Entonces el milagro se produce. Puede ocurrir durante una fugaz conversación en el ascensor, o cuando apenas se acaba de pisar las baldosas frías y recién fregadas del portal.

Hay personas que pasan por nuestra vida y la mejoran. Son encuentros fortuitos, en portales abstractos o reales. Lugares comunes por un instante, que nos dan la oportunidad no solo de revelar quienes somos realmente, sino también, descubrir quienes querríamos ser y a que aspiramos en la vida. Pequeñas historias que se hacen grandes, cuando conseguimos compartirlas con alguien, y sentirnos comprendidos.

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