viernes, 29 de agosto de 2008

Visita al Mont Saint Michel, en la Bretaña francesa (25-08-2008)

La masa de "peregrinos-turistas" por poco acaba con nosotras. Lo importante es que hemos sobrevivido y que a pesar de lo impresionante que resulta el Mont Saint Michel, no hemos decidido hacernos monjas. Al contrario. Queremos vivir con intensidad, arriesgar nuestra vida enfrentándonos a mareas y navegando a bordo de pesqueros... Enfin, el caso es que un lugar tan espiritual y a la vez tan turístico provoca sentimientos encontrados. Por un lado, la sensación de que algo grandioso impulsó a los hombres durante siglos a contruir una obra arquitectónica sin precedentes, llenos de fe y deseos de alcanzar la perfección. Y por otro lado, la sensación de que el capitalismo se lo traga todo, y que es capaz de buscar el negocio incluso en lo que en un principio pretendía ser un símbolo de la salvación del alma y el sosiego de los monjes benedictinos. ¿Estuvimos en una abadía o en un parque de atracciones? Me gustaría quedarme con la intención primera, con la caprichosa naturaleza que colocó un monte en medio de la nada. Eso merececía una abadía, sí señor. Es decir: un poco de espiritualidad.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Las órdenes religiosas de la Edad Media formaban parte de una estructura estamental del estado en esa época, donde estaban por un lado los señores feudales, el poder eclesiástico bajo sus diversas formas y la inmensa mayoría del pueblo sometida a la gleba. Las grandes obras que de esa época que han trascendido hasta nuestros días y que hoy nos sorprenden por su empaque y magnificencia son el producto de unas pequeñas élites, los artesanos y artistas múltiples que vivían al servicio de los poderes feudal y eclesiástico y que trabajaban sometidos, por un lado al mandato de engrandecer el reinado de sus señores y por otro a ensalzar a Dios dentro de los límites establecidos por la moral religiosa impuesta por la Iglesia. Así la ‘espiritualidad’ era algo impuesto por las normas morales de esa época y entiendo que un ejemplo poco edificante para nuestros días.
La grandiosidad de esas obras se derivaba de dos factores: el tiempo empleado en realizarlas, que en muchas ocasiones ocupaba a varias generaciones de artesanos y la falta de criterios económicos en su construcción, empleándose cuantos recursos estuvieran al alcance del prócer correspondiente en su afán de trascendencia y siempre que no tuviera otro mejor empleo, tal que la guerra con sus vecinos próximos o remotos. En el caso de la abadía benedictina de Mont Saint Michel su construcción se extendió durante casi siete siglos, pasando por muy diversos estadios de utilización, desde monasterio a cárcel, y transitando por periodos tan convulsos como la guerra de los cien años.
Hoy en día esas obras son imposibles de acometer porque, aunque el capitalismo actual también se embarca en obras muy costosas y no siempre acogidas a criterios económicos de recuperación de la inversión realizada, se ha sustituido la ‘espiritualidad’ por el beneficio como motor de las grandes obras, lo que no estaría mal si el beneficio fuera social y se utilizara para que los pueblos vivieran mejor. En cualquier caso la pérdida de la ‘espiritualidad’ entendida como la manifestación del eje poder-religión creo que no es mucho de lamentar.
Por otra parte, en la antigüedad, las grandes obras tenían un móvil de exaltación personal y religioso y su belleza solo era disfrutada por pequeñas élites o por peregrinos que a su vez se movían hacia ellas por motivos religiosos. En la actualidad, el disfrute de esas obras es de los turistas que se dirigen a ellas por un gran número de diferentes motivos, casi nunca religiosos, y que se sienten arrastrados por el ‘efecto llamada’ de la oferta turística, que se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo desarrollado. Los turistas, esos nuevos actores, desencadenan una ofensiva de oferta que genera el ‘parque temático’, ofreciendo a la venta toda clase de objetos. A pesar de esos inconvenientes, la masificación turística ha permitido que esas bellezas de épocas remotas sean conocidas por un gran número de personas y ha contribuido a mejorar el nivel de comprensión del mundo de muchas de ellas.

EL RINCÓN DE LAS LETRAS dijo...

Efectivamente, el tema de la espiritualidad en la edad media estaba asociado a la moral y al dogma impuesto. La religión sin lugar a dudas ha causado históricamente muchos vuelcos sociales, morales y militares...
Pero lo cierto es que había gente que creía en ello verdaderamente, como los benedictinos, cuyos principales mandatos eran pobreza, castidad, silencio y obediencia a la comunidad. Personalmente no es algo que entienda, pero lo que quería resaltar con el comentario jocoso que he hecho en mi blog, es que hay fuerzas arrolladoras, ya sea religiosas o capitalistas, que impulsan a los hombres a actuar y orientarse a un tipo de creación que busca ensalzar los valores que propugnan. Para algunos el capitalismo es también una religión, puesto que es una forma de vida, y por supuesto una manera de entender y concebir el mundo. Supongo que dentro de lo malo, los benedictinos tendrían tiempo de reflexionar y meditar en la abadía... y sobre todo leer. Ya que la cultura estaba principalmente entre los muros de las abadías y los monasterios. Eso para mí tiene algo más de espiritualidad que el niño seboso que se lanza como un torpedo contra una columna, después de haber ingerido un hot dog y destrozado alguna estatua. La mayoría de los turistas van como borregos y no les importa lo más mínimo la historia y el valor de lo que están viendo.

Periodismo literario, cine, arte y otros menesteres

Un rincón para comunicarse