sábado, 28 de marzo de 2009

El escritor imaginado y el lector sin dueño



¿Ha venido hoy la señora doña ficción a intentar seducirte? Algunos dicen que últimamente va muy maquillada y lleva falda corta, para intentar seducir mejor. Vino a verme el otro día, lamentándose acerca de que ya nadie la quiere como antes. “la gente se ha vuelto muy realista y pesimista con este de la crisis, ¡che!...” me espetó apesadumbrada, con un fuerte acento argentino. Últimamente se pasea amenudo por ese país, donde dicen hay un mayor número de ingeniosos y buscavidas debido precisamente a las sucesivas crisis. De ahí que se le haya pegado el acento…

Quizás las palabras de los escritores y las mentes de los lectores al juntarse hacen posible el milagro o la magia de la doble creación.

Por un lado, la interpretación del lector, que evoca sus propias imágenes al leer, y por otro, la voz del escritor, que quiso volar alto, traspasar barreras y comunicarse con “otros” en busca de una reacción. En busca de ese “toc-toc” que abra puertas a la reflexión y al diálogo. A veces lo consigue, otras no...

Lo que está claro, es que el protagonista de las mejores historias es siempre el lector. Hace suyos los recuerdos ajenos, remodela el imaginario ajeno con el suyo propio. Y hace posible que las palabras de otros dejen de tener dueño, para transformarse en imágenes adaptadas y personalizadas a sus propias vivencias.

En la literatura, los derechos de autor es un invento que nos remite al dinero, al ego y a la vanidad del escritor. Pero no nos engañemos. El lector siempre es el destinatario- creador final y, por lo tanto, el protagonista indiscutible. Porque sin él, no hay obra ni posteridad. No hay razón de ser para la creación original. Por mucho que una obra esté escrita, publicada y encuadernada. ¿Quién fue el primero y el último en retomar las palabras de otros para crear algo nuevo a su vez? Somos el producto de lo que vemos, leemos y oímos.

Mis reverencias al lector, que se apropia de vez en cuando de las palabras y las hace revivir con cada lectura. Sin él, miles de historias morirían antes de empezar.

Empezando por esta reflexión. Ahí va una propuesta de seducción literaria: “Los cuadernos de Don Rigoberto” de Vargas Llosa.

¿Queréis proponer otros títulos que os hayan seducido?...

jueves, 26 de marzo de 2009

La Jaula de las Fieras

Los colores vivos de los cuadros “fauvistas”, lejos de arañarse los unos a los otros como las fieras, convivían armoniosamente en aquel espacio enmarcado por las fronteras entre la ficción y la realidad. Su bestialidad consistía en un trazo luminoso y contundente, alejado de la moderación y de lo estrictamente correcto.
Ser incorrecto en una sociedad marcada por las tradiciones y las ataduras de lo real era estar loco de atar o ser una fiera.
Maurice de Vlaminck lo sabía, pero no le importaba. No era un académico, más bien al contrario. Se consideraba un autodidacta amante de las escenas cotidianas de su entorno. Su pincel podía captar el apacible y el sencillo respirar de los pueblos que prosperaban o languidecían a las orillas del sena, o bien retratar naturalezas muertas, que con sus colores resucitaban a golpes de pasión pictórica.
La sensación de movimiento a través del color, así como el estudio de los reflejos en el agua se convirtieron en una característica de su obra.
Cuando en 1905 presentó sus cuadros junto a Matisse en el Salón de Otoño, aquellos cuadros con dientes de colores mordieron la realidad y reinventaron un mundo propio. Aquel salón se había convertido en una Jaula de Fieras. Había nacido el fauvismo.


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