jueves, 22 de marzo de 2012

Tragedias laborales parte III, un curro estudiantil a los 31 años

Ser captadora de socios de ONG es el típico trabajo parche que te saca de apuros cuando estás estudiando la carrera. Aún así, con 31 años, en paro, con una licenciatura en periodismo y con una crisis de por medio, nunca es una opción desdeñable. Mucho mejor que limpiar retretes o ser teleoperadora, donde va a parar. Sin embargo, lo que la mayoría de la gente ignora es que en ocasiones puede ser arriesgado para la salud física y mental. En primer lugar, porque además de estar sometido a una gran presión comercial para cumplir los objetivos semanales marcados (lo que te convierte en el protagonista de tu propio reality-show), tienes que tener la suficiente fortaleza física para no caerte mientras persigues a tus víctimas. Además tienes que ser un poco actor, saber mentir y fingir en el momento oportuno. Tener el aguante psicológico para creerte tu discurso, y además, ser capaz de manipular convenientemente la mala conciencia ajena para lograr tus fines lucrativos. Después de contar las miserias humanas mundiales, puedes convertirte en el psicólogo improvisado de algún viandante, que no vive en el “tercer mundo”, pero que está en el proceso imparable de entrar a formar parte del “cuarto mundo”. Puedes pelearte y llegar casi a las manos con un insensible incrédulo, que te acusa de ser el representante de la nueva trata de esclavos del siglo XXI, o simplemente suplicar en medio de la calle, para que alguien se apiade de ti y se haga socio para salvarte el culo, al menos una semana más, al puro estilo “Gran hermano”. Quitando todo estos pequeños detalles, es un trabajo al aire libre, te permite conocer la fauna humana y trabar amistades con las estatuas vivientes que trabajan por la zona. Todo ello por un sueldo mísero, pero digno, eso sí.

martes, 20 de marzo de 2012

Tragedias laborales parte II, recuerdos del 15M. Razones para hacer la huelga el 29 de Marzo.

El jefe se había curtido en escuelas militares yanquis y fardaba a menudo por teléfono sobre sus contactos con la cúpula política de la derecha francesa. Tan sólo unas semanas allí como auxiliar administrativa alias “chica-para-todo” me habían bastado para averiguar que aquel tipo era un depravado a pequeña escala. Los profesores de inglés a los que contrataba cobraban una miseria y más de una vez fui testigo de cómo éstos desfilaban hasta su oficina para exigir el ingreso de un sueldo que siempre se retrasaba, hasta el punto de que no tenían ni para comprar el bono metro.

Un día, uno de ellos se plantó desesperado en la oficina y amenazó con no levantarse de la silla, a menos que le ingresara el dinero de inmediato. Para mi asombro, el jefe sacó un billete de 10 euros para que pudiera subsistir hasta que se hiciera efectiva la orden del ingreso.

Entendí que mi desesperación me había conducido a aceptar el trabajo equivocado, una vez más. Sin contrato, aunque con la promesa de firmar en breve uno. Mi objetivo las dos semanas siguientes era resistir y llegar a cobrar el sueldo de un mes, para luego largarme. Así que, me encontré durante otras dos semanas haciendo pruebas prácticas de inglés por teléfono a miles de empleados de Telefónica, que iban a recibir sus clases. Mirando deudas y facturas nunca pagadas, soportando desbarajustes varios, horas de más y comentarios machistas y casposos. Era mayo y yo me lancé a las calles. El 15M brotó como una savia nueva y fresca, pero sobre todo, como un fiel reflejo del desahogo, la impotencia y la indignación que yo misma sentía en mi interior.

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