jueves, 27 de mayo de 2010

Perdida en los tiempos verbales

Aquella mañana el futuro se había ido de paseo y me había dejado compuesta y sin tiempo verbal. Estaba siendo testigo de una tragedia conjugacional. Mis frases eran llanas y directas, limitadas por un presente poco atractivo. No poder expresarse en futuro en inglés era sintomático de algo. La línea del tiempo estaba amputada. La incapacidad para expresar deseos era el equivalente de vivir suspendida en el tiempo.

Me quedé petrificada delante de mi desayuno, consciente de que no envejecería al menos hasta recuperar el dominio de los tiempos. “Quiero, deseo y anhelo” conjugados en presente eran la única manera de seguir soñando. Pensar en presente me forzaba a tener que actuar, sin espacio para planear complicados caminos, estrategias o complots. Me levanté corriendo sin saber donde iba, esclava de un presente que no concedía treguas. Recorrí todas las calles dejando que mis pies pisotearan el asfalto mancuniano.


Las caras bajo el sol eran ya conocidas, los barrios despedían un olor familiar y la plaza de Piccadilly Gardens seguía siendo una cuna de rumores con acento inglés. Bajé, subí, reí, anduve y caí. Y al llegar la tarde, de regreso al hogar, supe que había conseguido pasar un día más sin pensar en el futuro. Aunque algún día regresaría de nuevo sin avisar y se enredaría a mi lengua.

martes, 18 de mayo de 2010

Receta de supervivencia en Nottingham


Mezclar un poco de vino y queso, espolvoreado con unos cuantos rayos de sol. Una cucharada sopera de conversación sincera y cercana. Añadir un pedazo de cielo azul y un par de nubes blancas montadas a punto de nieve. Después removerlo todo con cariño, antes de introducirlo en el horno de la memoria, a ser posible durante el tiempo suficiente para que cuaje. Bendita receta de supervivencia…


Hay parques ingleses donde es posible cocinarte menús a medida. Si te tumbas en la hierba mientras conversas, puedes oír simultáneamente el susurro de las hojas sacudidas por el viento. Una melodía que tan sólo puede escucharse los días de sol y en buena compañía. Es cuestión de mezclar los ingredientes sin miedo y paladear el vino, cuyo sabor se verá potenciado por las circunstancias. Dejando que los rayos de sol se cuelen por los poros de tu piel.


Al atardecer, la hierba quedará adherida a tu vestimenta durante horas, como perejil al manjar más suculento, delatando donde y con quien estuviste. Se trata de un ritual sencillo, casi banal. Pero capaz de alimentar deseos y esperanzas, al menos por una tarde. Hasta que la última brizna de hierba desaparezca de tu chaqueta. Entonces será necesario volver a cocinar una nueva receta para supervivientes.

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