Aquella mañana el futuro se había ido de paseo y me había dejado compuesta y sin tiempo verbal. Estaba siendo testigo de una tragedia conjugacional. Mis frases eran llanas y directas, limitadas por un presente poco atractivo. No poder expresarse en futuro en inglés era sintomático de algo. La línea del tiempo estaba amputada. La incapacidad para expresar deseos era el equivalente de vivir suspendida en el tiempo.
Me quedé petrificada delante de mi desayuno, consciente de que no envejecería al menos hasta recuperar el dominio de los tiempos. “Quiero, deseo y anhelo” conjugados en presente eran la única manera de seguir soñando. Pensar en presente me forzaba a tener que actuar, sin espacio para planear complicados caminos, estrategias o complots. Me levanté corriendo sin saber donde iba, esclava de un presente que no concedía treguas. Recorrí todas las calles dejando que mis pies pisotearan el asfalto mancuniano.
Las caras bajo el sol eran ya conocidas, los barrios despedían un olor familiar y la plaza de Piccadilly Gardens seguía siendo una cuna de rumores con acento inglés. Bajé, subí, reí, anduve y caí. Y al llegar la tarde, de regreso al hogar, supe que había conseguido pasar un día más sin pensar en el futuro. Aunque algún día regresaría de nuevo sin avisar y se enredaría a mi lengua.