La diferencia. En aquella ciudad todo el mundo quería ser diferente. Allí los clones no eran bien recibidos. Los uniformes de chaqueta gris, propios de cualquier ciudad, habían desaparecido. Los grupos de jóvenes se caracterizaban por su “no homogeneidad”. Las llamadas “tribus urbanas” se componían aquí de individualistas, y cada cual vestía a su manera, marcando su propio estilo. Parecía incluso que el objetivo fundamental en aquella ciudad era vestir lo más extravagante posible, con el fin de revindicar una identidad propia, por encima del miedo al ridículo. Allí el adjetivo “hortera” no tenía cabida en su diccionario. Hiciera frío, calor o nevase, lo importante era ir vestido acorde con el estado de ánimo. O quizás acorde con el disfraz que cada uno quería adoptar ese día. Al subir al autobús me crucé con un hombre rapado que tenía la cara totalmente tatuada. Esta vez, apenas tuve tiempo de sorprenderme. Mis ojos no tardaron en olvidar la última excentricidad al toparse con una nueva. Una mujer con un bolso de leopardo y un moño enroscado al estilo de los años 60. Llevaba una camiseta de lentejuelas y unas mallas muy apretadas que marcaban unas enormes posaderas. Ser invisible en aquella ciudad era extremadamente fácil, si no conseguías definir tu propio estilo. Al bajar del autobús caminé por las aceras de la ciudad con un aire aparentemente perdido, pero en realidad inmerso en un estado de permanente curiosidad. Las luces, los letreros y la arquitectura me sumergían en otro universo. Me paré delante de un escaparate que me devolvió un reflejo desvanecido de mi misma. Definitivamente, estaba en otro planeta.
ara la llum és blanca
Hace 5 años