Allí estaba, esperando a ser engullido de un momento a otro. Rodeado de botellas de vino y culturetas, sus minutos de vida estaban contados. Era un hecho.
Vestido para la ocasión, su cuerpo de pan crujiente soportaba una fina capa de mantequilla, sobre la que reposaba una tierna loncha de jamón serrano. El ritual del canapé se repetía de nuevo. Ese invento sabroso y variopinto era capaz de congregar en una misma sala a personalidades y personajes salidos de la nada. Mi mirada furtiva sopesaba detenidamente la distancia y los obstáculos que me separaban de la mesa, donde solitario y apetecible yacía mi objetivo.
En la esquina, una posible competidora fingía un interés mal disimulado por el libro protagonista de la presentación, que ojeaba sin apenas prestarle atención. Sus gafas de pasta gruesa escondían una mirada ávida de deseo y hambre, incapaz de ocultar sus verdaderas intenciones. Por su expresión se diría que hubiera sido capaz de comerse hasta la tapa gruesa de alguna atractiva portada.
Con paso decidido se volteó en dirección a su presa y entonces lo supe. Correría a mi vez antes de que fuera demasiado tarde. Me abalancé frenéticamente, en lo que se había convertido en una lucha a muerte por la supervivencia. A mi paso derribé a una señora y empujé al propio autor del libro, que se interponía en mi camino. Mientras tanto mi rival perdía un tacón en la carrera y cojeaba sin detenerse en línea recta, mientras un camarero con bebidas le obstaculizaba el paso. Todavía no estaba todo perdido, tres metros, dos, uno…
Vestido para la ocasión, su cuerpo de pan crujiente soportaba una fina capa de mantequilla, sobre la que reposaba una tierna loncha de jamón serrano. El ritual del canapé se repetía de nuevo. Ese invento sabroso y variopinto era capaz de congregar en una misma sala a personalidades y personajes salidos de la nada. Mi mirada furtiva sopesaba detenidamente la distancia y los obstáculos que me separaban de la mesa, donde solitario y apetecible yacía mi objetivo.
En la esquina, una posible competidora fingía un interés mal disimulado por el libro protagonista de la presentación, que ojeaba sin apenas prestarle atención. Sus gafas de pasta gruesa escondían una mirada ávida de deseo y hambre, incapaz de ocultar sus verdaderas intenciones. Por su expresión se diría que hubiera sido capaz de comerse hasta la tapa gruesa de alguna atractiva portada.
Con paso decidido se volteó en dirección a su presa y entonces lo supe. Correría a mi vez antes de que fuera demasiado tarde. Me abalancé frenéticamente, en lo que se había convertido en una lucha a muerte por la supervivencia. A mi paso derribé a una señora y empujé al propio autor del libro, que se interponía en mi camino. Mientras tanto mi rival perdía un tacón en la carrera y cojeaba sin detenerse en línea recta, mientras un camarero con bebidas le obstaculizaba el paso. Todavía no estaba todo perdido, tres metros, dos, uno…