jueves, 19 de febrero de 2009

Alfons Martinell: “La cooperación cultural es un viaje de ida y vuelta”

En un entorno cambiante, donde hay un continuo fluir de personas y culturas, resulta difícil establecer cuales han de ser las principales líneas de actuación a la hora de hablar de gestión y cooperación cultural internacional.

Sin embargo, a pesar de las dificultades existentes para definir en que consiste exactamente la cooperación cultural en un mundo cada vez más globalizado y cambiante, Alfons Martinell, director de la cátedra de la UNESCO de Gestión cultural de la Universitat de Girona, expresó recientemente, en una ponencia en la Fundación CAI, en Zaragoza, la necesidad de no olvidar las diferentes áreas de actuación posibles, a la hora de hablar de cooperación cultural entre los pueblos.

Por un lado, tenemos la tradicional y eterna “promoción cultural” propia de un mercado cultural español en auge, cuyo objetivo es la difusión y divulgación de toda expresión cultural significativa, desde una perspectiva plural y multicultural. Todo ello, a parte del interés económico evidente de vender España en el exterior, conlleva la necesidad de proyectar una imagen de nuestro país, alejado en lo posible de los clichés indeseables y convencionales, que nos han venido persiguiendo durante décadas.

En un mundo donde nunca antes resultó tan fácil viajar, tanto por el espacio físico y real como por el espacio virtual y tecnológico, la cooperación cultural ha de ser un diálogo entre interlocutores dispuestos a ponerse en la piel del otro, y donde se consideren todos los actores culturales implicados, además de los institucionalmente reconocidos.

Por ello, cooperar debe adquirir un significado que vaya más allá de la promoción y sirva para recoger otras variantes y maneras de proceder culturalmente de otros países, potenciar los canales que permitan a los países menos desarrollados, financiar y difundir su propia cultura más allá de sus propias fronteras. Sobre todo, aquellos países, quizás, económicamente pobres, pero culturalmente muy ricos.

En el intento de trasladar nuestra cultura al exterior, el viaje siempre supone la oportunidad de regresar siendo “otro”. Porque “la cooperación es un viaje de ida y vuelta”, según Alfons Martinell, y supone la mezcla e implicación de actores diferentes en un mismo proyecto, que deberían relacionarse de una manera multilateral y abierta, para lograr un mayor entendimiento y sacar adelante proyectos culturales interesantes para el conjunto de la sociedad.

martes, 3 de febrero de 2009

La búsqueda del Otro, por una globalización de la diversidad

El viaje es sinónimo de aventura, de riesgo. También revela la curiosidad inherente de los humanos por lo desconocido y lo diferente. A veces, hacer un viaje es la búsqueda voluntaria del cambio, la necesidad de romper con todo lo conocido anteriormente con el fin de replantearse la realidad y la manera de proceder. Quien descubre ese gusto por la diferencia, descubre la posibilidad de adoptar una identidad nueva en un contexto inusual, en compañía de personas que a su vez son mundos por descubrir.

Ya en la antigüedad empezó a revelarse esa curiosidad en forma de grandes expediciones hacia lo desconocido, aún a riesgo de perder la propia vida en el intento. Ensalzados en la ficción y en la realidad, los viajes han representado la rebeldía y el empeño del hombre de salir de la ubicación forzosa, en la que por azar había sido predestinado a vivir. Marco Polo, Ulises, Vasco de Gama… son algunos de los personajes o protagonistas de viajes donde lo diferente aparece rodeado de un aura de magia, misterio y exotismo. El viaje conlleva un cambio en el mapa mental de la existencia, abriendo nuevas fronteras, redibujando constantemente espacios físicos y parcelas inexploradas del pensamiento. Sin duda, el mundo actual hubiera sido muy diferente si el gusto por el descubrimiento y la búsqueda del Otro no hubiera sido un instinto muy arraigado en el espirito de algunos exploradores y grandes pensadores.



Sin embargo, los exploradores pasaron un día a convertirse en conquistadores o invasores. Bien es sabido que la diversidad muchas veces no significa capacidad de convivencia y tolerancia. El conflicto entre pueblos y culturas se da sobre todo cuando se empieza a percibir la diferencia cultural como una amenaza para la propia supervivencia. Se convierte en un arma en si misma para justificar intereses económicos, territoriales o políticos. Y es que sin duda, la cultura está definiendo la relación existente entre unos habitantes y el contexto en el que les ha tocado vivir, marcados por sus experiencias pasadas, la capacidad para transmitir sus tradiciones y sus creencias.

En un primer momento, los países europeos acompañaron su afán de conocimiento, con el afán de colonizar e imponer al otro unas costumbres y creencias occidentales. Su intención era trazar unas fronteras mentales nuevas a su gusto, para distribuir los recursos existentes a su antojo y redefinir sus relaciones de poder con el resto de los países vecinos. Los resquicios del pasado han dejado una herida en las que antaño fueron colonias, así como en los estados que se crearon artificialmente, fronteras impuestas un día por la fuerza. La existencia de lo que hoy en día se llama Estado es relativamente nuevo. Y aunque actualmente la tendencia es la desaparición de las fronteras en pro de la globalización (quizás una nueva forma de colonización imperial económica) lo cierto es que el sentimiento de sentirse arraigado a un territorio concreto, y por consiguiente a unos derechos propios, sigue siendo importante para un pueblo.

La deseada globalización de la diversidad, en donde se habla de igualdad, sin suprimir o menospreciar las diferencias sería un paso más para hablar de una real convivencia. Ojalá sea posible viajar un día, en uno de esos largos viajes de descubrimiento por el mundo, y tener la sensación que la diferencia sirve para unir y no para menoscabar los derechos, tradiciones y creencias de otros pueblos. Puesto que el gusto por lo diferente es el impulso vital que nos une.

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