Cuando tus vivencias y sus protagonistas se empiezan a convertir en un recuerdo lejano empiezas a preguntarte el grado de autenticidad de lo recordado. Sin embargo, Gabriel García Márquez ya lo dijo en su día: "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda", y eso prevalece por encima de cualquier hecho objetivo. Es la llamada "verdad de cada uno", esa que dificilmente es transferible a los demás. El filtro subjetivo vital constituido de emociones, expectativas y valoración de los hechos se nutre cada día, se va transformando y evoluciona según nuestro entorno y como lo percibimos.
Scarlett O'Hara en la película "Lo que el viento se llevó" levantó el puño en alto cuando vió convertida en cenizas tras la guerra la idílica tierra que ella recordaba. Ese mítico puño en alto vendría a ser la impotencia que nos provoca la caída de nuestros mitos, de nuestros relatos personales idealizados y solidamente construidos a través del tiempo. El relato surje entonces como una manera de querer compartir conocimiento y experiencias, en un intento por transcender en la realidad ajena y superar la barrera infranqueable del otro, o bien satisfacer de esta manera nuestro instinto vital de perpetuación o supervivencia, a través de la preservacion de nuestro mundo personal idealizado.
Scarlett O'Hara en la película "Lo que el viento se llevó" levantó el puño en alto cuando vió convertida en cenizas tras la guerra la idílica tierra que ella recordaba. Ese mítico puño en alto vendría a ser la impotencia que nos provoca la caída de nuestros mitos, de nuestros relatos personales idealizados y solidamente construidos a través del tiempo. El relato surje entonces como una manera de querer compartir conocimiento y experiencias, en un intento por transcender en la realidad ajena y superar la barrera infranqueable del otro, o bien satisfacer de esta manera nuestro instinto vital de perpetuación o supervivencia, a través de la preservacion de nuestro mundo personal idealizado.
Por lo tanto, no sería descabellado asegurar que nuestro ego y la voluntad de sentirnos menos solos nos impulsa a escribir y a adoptar cualquier forma creativa de expresión para transmitir nuestra visión de la realidad, para denunciar o ensalzar aquello que nuestra sensibilidad es capaz de sustraer o contemplar, dotándolo de autenticidad para nosotros mismos.
Los primeros contadores de historias consiguieron provocar fascinación entre los que supieron y quisieron empaparse de otras vidas. A través de la imaginación eran capaces de transportar a sus oyentes a países lejanos, hacer creer en leyendas y fantasear con hadas, ninfas y duendes. En cada fantasía siempre hubo mucho de moraleja y de realidad para los que supieron ver más allá de lo narrado. Los libros, los teatros y los contadores de historias han sido desde el inicio de los tiempos una escapada mental, convirtiendo la fantasía del relato en un arma por y para la libertad, capaz de romper canones y defender la subjetividad del relato como un derecho inherente al ser humano.
La subjetividad y la fantasía siempre fueron peligrosos y mirados con recelo por la censura y lo politicamente correcto. Pero lo cierto es que más allá de que la fantasía se use de muy diversas formas, ya sea para llenar los bolsillos de algún bienaventurado escritor que supo llegar a los demás a través de sus historias, o para colar verdades personales medio encubiertas entre las páginas de algún libro, nos gusta creer más en el personaje que en la persona. Y esa es la verdadera clave para que siga triunfando esa mentira agri-dulce, siempre más romántica, dramática o verdadera que la propia realidad.